Llega el verano, llega el calor, llegan los niños sin horarios, o los horarios que parecen encajes de bolillos para conciliar tu trabajo con campamentos, abuelos. Llegan las toallas mojadas y llenas de barrillo del césped de la piscina, bañadores húmedos hechos un gurruño en cualquier sitio entre el baño y dormitorios. Llegan las cremas que pones antes de que salgan de casa, y las que no puedes olvidar a la hora de bajar a darte un baño.
Llega el calor, y los adolescentes hambrientos a todas horas, los tres turnos de desayuno, de merienda. Los cubos, las palas. Programar el riego automático si tienes suerte, o tratar de hacer que tus plantas no mueran durante el verano a golpe de regadera o inventos de YouTube.
Llegan las mañanas frescas, las tardes de chicharra y asfalto derretido, las noches en busca de corriente, cenas al aire libre, y mosquitos.
Nada es idílico. Y toca reorganizarse y reorganizar la casa. Por el bien de todos.
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